5:30 horas a.m.

5:30 de la madrugada, la alarma suena monótona y estruendosamente por 30 largos segundos. Después mi mano alcanza el botón en medio de la oscuridad. Son 5 hermosos minutos extras. En fin, debo decidirme y saltar de mi cama. Reconozco que me gusta mi trabajo, pero el levantarse cada día a esa hora me está matando. Todos en casa corremos contra el tiempo, ya es hora de tomar el automóvil y acelerar en la carretera para evitar el “taco”. Todo va según lo planificado. Primera detención, me despido de mi señora. Segunda detención, me despido de mi hija. Tercera detención, llego al colegio, mi lugar de trabajo. Paso la credencial por la máquina, inicio el computador, veo mi correo electrónico. ¡Sorpresa!, 18 correos. ¡Imposible!, me llaman a reunión, las indicaciones del día. Comienza la jornada. Suena el teléfono una y otra vez. Hay un descanso de 10 minutos. Después, charla, clase, presentación, trabajo grupal, prueba, interrogación, disertación, etc. Estudiantes, preguntas, más estudiantes, más preguntas, más de lo mismo, más de lo mismo. ¡No puedo! Mi cuerpo pide un vaso de agua, alimento. Al fin, el horario de colación, una grata conversación, comer, es decir, tragar, campana. Seguimos en clases, conversaciones, discusiones, preguntas. Ya deseo partir a casa. Tiempo. Se acabó. Todos los vehículos abandonan el lugar. Rumbo desconocido, para mí no, es mi casa la que espera. Mi refugio, mi nido secreto hasta comenzar mañana a las 5:30 horas a.m.

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